Mi amante

El pasado 25 de junio, el editor de #MakeLoveHappen cumplió años.

Porque sí, nunca os lo he dicho, pero este blog tiene un 40% (tal vez incluso un 50%) de él. Con él hablo los temas de los que quiero escribir y, una vez sobre el papel —o sobre un documento de google drive— se lo comparto a la espera de sus comentarios, sus sugerencias de títulos —es que se me da fatal— y sus críticas constructivas. [Esta es la primera entrada que subo sin que haya pasado por su mirada azul, inteligente y sabia]. Así que el blog también es suyo, aunque no firme y no figure.

Él y yo somos amantes. “Porque amantes son los que aman”.

Y ya llevamos dos años de ser amantes para siempre. Me ha gustado releer el Conjugar el nosotros, y sonreír suscribiendo de nuevo cada frase y pensando en todo lo que podría añadir 365 días después. Últimamente he recordado algo que nos dijeron bastantes personas el año de nuestra boda: «¡Qué suerte tenéis de haberos encontrado!». Me gustó cómo sonaba. Nos encontramos. Y me gusta completarlo con Maná, y su «Bendita tu luz, bendita la luz de tu mirada (…) bendito Dios por encontrarnos en el camino». Porque ya decía C.S. Lewis que hay un invisible Maestro de Ceremonias que es quien nos ha presentado a las personas más importantes de nuestra vida.

Pablo y yo somos amantes. Porque nos amamos y nos queremos amar cada día más.

Os he dicho que tiene la mirada azul y también la tiene preciosa, acogedora, atenta. Pero no solo es contemplativo: además de observador, es buen escuchador, y eso le lleva a estar en los detalles, a adelantarse, a actuar. Tal vez lo de ser el primero de once ha sido un buen entrenamiento.

Pablo es un ingeniero con alma de artista. Y eso se nota también en la vida —lo primero y lo segundo—. Os prometo que es la mejor combinación. Sobre todo si se casa con una filósofa-periodista sin alma de ingeniera. Alguien tiene que poner orden.

Os decía hace poco que, si teníais tendencia al drama, mejor os buscarais un novio sencillo. Es lo que hice yo. Sencillo y fuerte. Resolutivo. A problemas, soluciones. Tiene el corazón grande, y por eso no se achica, no se asusta, es un aventurero.

Pablo me apoya en mis movidas. Mejor: las hace suyas. Como este blog. Como los encuentros de CanaVox que tenemos en casa una vez al mes. Como cualquier idea loca que planteo cualquier día a la hora de cenar. Y me acuerdo muchas veces de una frase de mi amiga Mary al poco tiempo de empezar a salir: «Pablo te sigue el ritmo».

Pablo es guapísimo. Al poco de conocerle pensé si dejaría algún día de sorprenderme por lo guapo que es. Cuatro años después aún no ha pasado. No creo que pase. Pablo es alegre y su sonrisa me flipa. Y me flipa cuando soy la causa.

También cuando la causa es el pequeño Jaime. Los momentos de risas entre los dos me iluminan el alma y, aunque hago como que sí, no me molesta nada que el peque haya aprendido a decir antes “papá” que “mamá”. De hecho, me emociona hasta las lágrimas cuando Jaime ve una foto nuestra, señala a Pablo y dice: “Papáaaaa”. Tampoco me importan los: «No te molestes, pero se parece muchísimo a su padre». ¿Molestarme? ¿Pero tú has visto el bellezón de padre que tiene? ¿Cómo me va a molestar?

Cuando yo nací, Pablo ya tenía uso de razón. Cuando yo tuve uso de razón, él era un adolescente poco rebelde. Yo era una adolescente nostálgica cuando él estaba a las puertas de ser subdirector de un cole. Años después nuestros proyectos estaban a dos océanos y tres continentes de distancia. Y en medio de ese desajuste temporal y vital, nos encontramos.

Celebrar su cumpleaños es celebrar ese «¡Es bueno que existas!» que diría Josef Pieper. Es celebrar la vida vivida. Es celebrar toda la vida que le queda por delante. Y que tengo la suerte de ser su compañera en la aventura desde hace dos años y que desde entonces su cumpleaños lo siento casi como el mío, porque que Pablo naciera un 25 de junio de 1982 es lo mejor que me ha pasado.

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