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El arte de no llegar a todo (I)

«Y tú, ¿cómo haces para llegar a todo?». De vez en cuando me suelen hacer esta pregunta. En mis años universitarios la respuesta solía ser: «Duermo poco». Pero como dormir es importante —y la edad no perdona y eso de cinco horas diarias ya no me funciona—, la respuesta ahora es: «No llego a todo». Lo cierto es que nunca lo he hecho, ni con tres horas de sueño ni con siete.

Y ese es el primer punto: «No vas a llegar a todo». Una persona trabajadora (dentro o fuera de casa, o ambas), con inquietudes, con proyectos, con amigos, con tendencia a “dejarse liar” en proyectos apasionantes… no llega a todo. Por definición. Añádele al pack una familia. La emoción aumenta. El primer paso es asumirlo. Y recordarlo cuando se nos olvide, porque, cuando desaparece esa verdad de nuestra cabeza nos pueden las tensiones y el estrés. Y aceptar que el día tiene 24 horas y que somos seres limitados y no superman no resulta tan fácil hacerlo como decirlo. Pero es sano y hay que tender hacia ello, y que el «No llego a todo» lo digamos cada vez con menos tristeza-ansiedad-sentimiento-de-culpa-infundado-y-sin-sentido, y cada vez más con paz-alegría-mira-chico-esto-es-lo-que-hay.

Partiendo de esta base primordial, quiero compartir algunas ideas que a mí me sirven (no, no siempre lo hago así, y eso es un problema). No para llegar a todo, pero sí para llegar a bastantes cosas y, sobre todo, disfrutarlas y no morir por el camino. En este post, van las ideas-marco. Habrá segunda parte con ideas más prácticas y concretas.

1. Un clásico: la típica historieta sobre poner las “piedras grandes” lo primero.

Así luego caben las piedrecitas, y la arena, y el agua. Si empezamos por el agua, al poner los pedruscos el líquido se derramará, no nos cabrá casi arena… en fin, un lío. Para esto: tener clara la propia jerarquía. Qué va primero, a qué voy a dedicar los mejores momentos de mi día y de mi semana. Una vez hecho eso, distribuir el resto de cosas, por su orden.

2. Saber tener flexibilidad y no agobiarse por saltarse el horario y las prioridades cuando las ocasiones lo requieran.

Si no, acabas frustrándote, rompiéndote. El orden tiene que ser humano, vital, no mecánico. Pero una cosa es un cierto caos lógico y comprensible en nuestras vidas, y otra cosa es vivir en el caos constante. Cuando era pequeña, un sacerdote que me conocía bien me dijo: «Lucía, no tengas miedo de poner orden en tu vida. Nunca vas a acabar siendo una cuadriculada insufrible, no está en tu esencia. Pero un poco de orden te ayudará mucho». Qué palabras más sabias —y ciertas—.

3. Desprenderse de la autoimagen de superwoman (o superman)

que a veces podemos hacernos de nosotros mismos y también de si los demás piensan que eres un desastre porque «no llegas a todo». No eres un desastre y seguramente pones todo de tu parte cada día. Que no te quite la paz lo que otros piensen ni te mortifiques tú a ti mismo por ello. Vas a cometer errores, como cualquier mortal, eso asúmelo, y entrénate en pedir perdón cuando toque y en aprender de los fallos. El primer punto de este post sobre los 6 mitos de la maternidad de las millennials lo cuenta muy bien.

4. El buen humor es fundamental.

Hay que reírse de las pequeñas “desgracias” cotidianas sin trascendencia, de las meteduras de pata vergoncérrimas, de los agobios por cúmulo de cosas que un día a las diez de la noche nos parecen una montaña y al día siguiente son arena.

5. Aprender a decir que no.

Una de mis grandes batallas desde la carrera —y ahí seguimos—. Si eres de los que «se apunta a un bombardeo», este consejo es para que te lo tatues. ¿Y a qué le digo “no” y a qué “sí”? Repasa tu orden de prioridades, observa tu calendario con realismo, recuerda que eres mortal.

6. Huye de la tengoqueitis.

Como os contaba en este post: «El tener-que siempre posee un toque de presión —aunque sea autoimpuesta—, de no poder escapar, de destino irrefutable. Mi amigo Jon dice que esas decisiones que hemos tomado nosotros mismos “no pueden perder su carácter originario de libertad”, que no está reñido con el compromiso, sino que va de la mano con él. Esto se concretaría, entre otras cosas, en cambiar los “tengo-que” por “quiero” o directamente por “voy a”».

7. Que tus metas sean realistas.

Sobre todo si eres de los que se pasan de ambición. Esto es puro conocimiento propio: si llevas una temporada que no cumples tus plannings ni queriendo y solo consigues frustración, cambia el modo de planificarte. Recuerda que los días tienen 24 horas y que eres un ser limitado. Que ya sé yo que a algunos nos gusta más planificar que cumplir lo planificado.

8. Aprender a “perder el tiempo”. Y a no ser “productivo”.

A mí esto me lo ha enseñado sobre todo Jaime: «La belleza de lo aparentemente poco efectivo. Que una buena vida no se mide en éxitos, en logros, en objetivos, en check-lists completadas… Esto, para quien tiene una tendencia al activismo, es una gran lección (…). Jaime me ha enseñado que contemplar es una bonita actividad. Que no hace falta cubrir cada minuto de tu día de tareas por hacer. Que simplemente sentarse en la terraza, abrazarle y sentir la respiración de su cuerpecillo es un buen plan». También me ha enseñado que «no tengo que llegar a todo, que lo único importante es llegar a lo esencial. A veces lo esencial es tirarse con él en la alfombra y “no hacer nada”». «Perder el tiempo» con tu familia, con tus amigos… y con Dios. Esos ratitos diarios con Dios, forman parte de mi pack esencial, aunque para algunos pueda parecer que es tirar el tiempo. ¿Es tiempo perdido el que dedicas a un amigo, a un familiar?

9. Un buen equipo, un buen compañero de aventura.

Lo escribo pensando en mi amante, porque la realidad es que sin él, mis días serían más cortos y menos fructíferos, acabaría más cansada y muchas más veces frustrada. La familia es tu equipo. Donde puedes “estar en zapatillas”, donde descansar y disfrutar, donde reír y llorar a gusto, pero también donde te pueden decir con toda paz y cariño cosas a veces necesarias como «Déjate de tonterías, y no te des más vueltas», donde te desarman un enfado irracional con un toque de humor o una caricia, donde te conocen y por eso te quieren con tus cosillas y a la vez te tiran para arriba y no te dejan caer.


Foto de cabecera de Seth Macey en Unsplash

11 comentarios en “El arte de no llegar a todo (I)

    • Luzmaral dijo:

      Muchas gracias, Lina, por tu comentario. Así es. Lo importante es tener metas realistas (que es compatible con metas ambiciosas), y sobre todo, que vayan a lo esencial y lo más importante. ¡No siempre es fácil hacerlo así! Pero ahí estamos, ¡aprendiendo!

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