Y tras el Día B, comienza la verdadera aventura

Creo que lo he escrito varias veces en #MakeLoveHappen: la boda es solo el comienzo de la aventura. En general se presta mucha atención a los preparativos antes del Día B, y el siguiente hito es el nacimiento del primer hijo, del segundo… hasta las bodas de plata. Pero aquí hay un gap —o varios—. Como si diéramos por supuesto que lo más costoso es llegar hasta al altar y que luego viene todo rodado. O como si pensáramos que un matrimonio de recién casados no necesita apoyos, luces o guías, porque aún cuentan con el impulso y la emoción de la boda.

Casarse, ser esposos, entregarse para siempre, pensar más en la felicidad del otro que en la tuya… suena apasionante, pero esa entrega se tiene que ir concretando cada día, a menudo en cosas pequeñas.  Eso es porque el amor se construye. Y se construye desde el primer día, sin esperar a que la luna de miel sea un bonito recuerdo. Lo bueno de esto es que cada paso que damos para amar más y mejor, hace el siguiente paso más ligero y más de amor del bueno. Por eso hay matrimonios que después de 50 años casados han multiplicado exponencialmente el amor que se tienen. Y eso no se improvisa.

Empezar con buen pie la aventura del matrimonio tiene su importancia. Por eso aquí van unos puntos, fruto de la EPA, por si os ayudan en esta etapa tan bonita de recién casados:

1. Conocerse sin parar

Si habéis tenido un buen noviazgo, habéis hablado a fondo, habéis sido sinceros… la convivencia no traerá demasiadas sorpresas. Esto es compatible con que nunca acabaréis de conoceros. Las personas solemos cambiar y madurar, por eso dicen los entendidos que el reto consiste en no dejar de admirarse por las cualidades del otro y en crecer juntos.  «Volverse experto en su pareja» es una idea que leí en este artículo y que me parece que lo explica muy bien. Ser expertos en el otro es saber cómo reacciona ante los sucesos, qué cosas le afectan y cómo… A veces habrá que preguntar: «¿Esto te ha sentado mal?», «¿Te encuentras triste por algo? ¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor?». Y si eres la parte afectada, comunícalo y no pretendas que el otro sea un adivino.

2. Aprender a reírse juntos

 «No hay buen amor sin buen humor», nos dijo una de las ponentes en nuestro curso prematrimonial. Para llegar a esto lo primero es aprender a reírse de uno mismo, y no tomarse demasiado en serio. Si tienes una lady drama en tu interior o eres un perfeccionista quisquilloso… relax. Se trata de dar la importancia que tiene a cada cosa y saber afrontar las dificultades y los contratiempos (ya vengan de fuera o de los defectos del otro o de uno mismo) sin bajones, sacando lo bueno de la situación, aprendiendo de lo que haya que aprender… y riéndose juntos. Esto es más fácil cuanto más expertos sois el uno del otro. Eso sí: buen humor y amor siempre juntos. Cuidadito con las ironías ingeniosas pero hirientes.

3. Los detallicos

Un post it en la mesilla, una nota deslizada en la funda del ordenador para que la vea al llegar al trabajo, unas flores-porque-sí… pero también un «ya lo hago yo», el esfuerzo por ser un poco más ordenado porque sabes que lo agradecerá —aunque te quiere como eres—, pasar por alto un despiste sin importancia —en vez de montar un drama—, una sonrisa al llegar a casa aunque estás muy cansada… Todo eso va construyendo el amor. Y, junto a esto: el agradecimiento. Creo que es una actitud genial para no dejar de admirar al otro. Es comprensible que con la convivencia, la confianza, etc, acabes dando por supuestas ciertas cosas y dejes de apreciarlas, pero me parece importante no dejar de decir «gracias», porque es una manera de tener presente lo que te ama, y que a veces te lo demuestra en una cena romántica, y más cotidianamente, en bajar la pila de ropa acumulada por planchar.

4. No irse a dormir enfadados

Acotar el enfado a menos de 24 horas es un primer paso. Ya veréis cómo luego la duración va disminuyendo. El perdón es un básico de cualquier relación, más en un matrimonio. Esto es bueno ir entrenándolo desde el noviazgo, porque claro: cuando sois novios discutís y cada uno a su casa y como si nada, pero en el matrimonio es diferente. Y perdonar con rapidez no se improvisa. A veces la falta de este perdón cotidiano puede crear una bola peligrosa. Es mejor no llegar a ese punto, pero, si por lo que fuera, os encontráis en una situación de crisis que dura meses y que no conseguís resolver entre los dos: pedid ayuda, ayuda profesional. Vuestro matrimonio es el mayor proyecto que tenéis entre las manos y las crisis ayudan a crecer: todos podemos necesitar en algún momento el apoyo de un buen orientador familiar, no hay que asustarse. Más vale pedir ayuda a tiempo.

5. El consenso

Fue una de las palabras clave en nuestro curso prematrimonial. Al casarnos unimos nuestras vidas, y eso debe notarse en el día a día. Desde las decisiones más pequeñas (qué tipo de vajilla elegimos), hasta las más complicadas (un cambio de ciudad o de trabajo, a qué colegio van los niños…), pasando por con quién celebramos esta Nochebuena, qué hacemos el fin de semana o si podemos permitirnos una mesa nueva. Son decisiones de los dos. No se trata de ceder, se trata de consensuar. Aprender a conjugar el nosotros. Mirar por el bien conjunto.

También ayuda ir formando las propias rutinas y tradiciones familiares. Cada uno llegamos al matrimonio con nuestros en-mi-casa-siempre-se-ha-hecho-así, y está bien que aprendamos a coger lo mejor de cada familia, pero sin olvidar que tu casa ahora es otra, y que juntos iréis formando su propio estilo. Dentro del consenso está el reparto de tareas del hogar: que no hay que entenderlo como un 50-50, que hay que dejar de lado la mentalidad “piso de estudiantes” —en la que si uno ha dejado la sartén sin limpiar ahí se queda hasta que le salga moho—, que el reparto de tareas es flexible —como el amor—, que lo lógico es que cada uno haga lo que se le da mejor —aunque no siempre apetezca, claro— a la vez que todos sabemos hacer de todo. El hogar forma parte importante de ese proyecto común que estáis empezando: es tarea de los dos hacerlo muy vuestro.

6. No ser lapas, ni tampoco casados-solteros

Estar casados no significa pasar juntos las 24 horas al día 7 días a la semana. Tampoco es tener un compañero de piso al que veo para desayunar y cenar y el resto del día llevamos vidas paralelas. Hay que aprender a distribuirse el tiempo: si sois más tipo-lapa tendréis que ganar una sana independencia y saber tener un espacio para cada uno donde poder tomar cañas con amigos, practicar un deporte, tocar la viola… todas esas cosas que os enriquecen a cada uno personalmente y, por tanto, enriquecen vuestro matrimonio. Por el contrario, si sois más de «quiero estar soltera pero contigo» (es decir: quiero llevar una dieta sana comiendo en un fast-food todos los días) tendréis que profundizar en lo que supone la entrega del matrimonio, el mirar al otro, construir juntos… No es darle cuentas al otro, sino tenerle en cuenta.

7. Hablar con calma

Hay que apostar por las conversaciones de ir al fondo, no las de “dar el parte”, sino las de abrir el alma. Esenciales para ser expertos el uno en el otro y muy útiles para descubrir si alguno de los dos está acumulando algo que es mejor que suelte, o si tiene alguna herida que ha ido enterrando y que compensa sacar a la luz para curar bien. Creo que es recomendable coger esta buena costumbre cuanto antes para poder mantenerla en los tiempos en los que encontrar un momento de calma para hablar resulte más complicado (hijos pequeños, pico de cansancio en el trabajo, etc…). En este post os daba ideas para tener grandes conversaciones.

8. «Saber amar con el cuerpo»

Además de ser el título de un libro buenísimo de Mikel Gotzon Santamaría sobre sexualidad, creo que resume genial esta idea: tenemos que aprender a amar, en todos los planos, en todos los sentidos, y por eso tenemos que aprender a amar también con el cuerpo. Nadie nace sabiendo. La importancia de conocerse a fondo, de ser expertos en el otro, de hablar de cualquier tema, abarca la sexualidad del matrimonio, por supuesto.

9. Hijos: la aventura dentro de la aventura

Puede que el primer hijo nazca cuando aún no lleváis ni un año casados (como fue nuestro caso). A la emoción de comenzar vuestra vida juntos se añade la de ser padres. Es un cambio, gordo, no vamos a mentir. Pero que no os metan miedo. Ante las voces agoreras, contraponed la gran verdad que me dijo mi amiga Mariona: «Te vas a enamorar. Te vas a enamorar de Jaime. Y te vas a enamorar aún más de Pablo». Y así es. Ser padres lleva a descubrir cosas nuevas del otro y de ti mismo. Se presentan nuevos retos, pero eso puede ser apasionante. Conocer más al otro y conocerte más te ayuda a amar más y mejor.

+ 10: Un bonus para los que tenéis fe y os casáis por la Iglesia

No os olvidéis del papel de Dios en vuestra familia. El sacramento del Matrimonio se celebra en la boda pero es real cada día. Y os aseguro que se nota.


Una versión más ampliada de algunos de estos puntos podéis leerla en estos tres posts de Arguments:

9 retos para los recién casados (I): El fondo de armario del matrimonio

9 retos para los recién casados (II). Cuando el matrimonio es cosa de tres

9 retos para los recién casados (III). Si aspiras a un amor del bueno


Foto de cabecera de Angelo Lacancellera en Unsplash